El día en que Jose se dio cuenta de que estaba solo, hacía ya tiempo que los árboles de la avenida habían florecido y un sol radiante anunciaba la proximidad de una nueva estación. Los colegiales salían apresuradamente de la escuela en medio de gritos y recorriendo las aceras a empujones. Una fila innumerable de coches hacía cola en el semáforo y hasta se podía palpar la impaciencia por llegar al hogar a la luz de poniente.
Mientras esperaba que el semáforo se pusiera en verde, Jose notó que algo le rondaba por la cabeza y tenía como una especie de comezón en el estómago. Era una sensación extraña pues la jornada había estado bastante bien. Apacible como tantas otras. Le quedaban dos meses para comenzar, por fin, las ansiadas vacaciones ¿Cancún? ¿Punta Cana? o quizás algo mas cercano ¿Viena? ¿Roma? Habría que hablarlo con Helena. A ella le gustaban mucho los destinos exóticos, pero honestamente, no hace falta ir tan lejos para encontrar sol y playa. Solo hay que conducir un puñado de horas para llegar al Algarve o a la Costa Brava o a la Costa Azul. Es más barato y no hay que montar en avión. Algo que Jose detesta.
Todo este tipo de pensamientos y más rondaban en la cabeza de Jose mientras subía las escaleras y metía la llave en el ojo de la cerradura. Y la puerta se abrió y solo hubo silencio y un escalofrío en la nuca al acabar de leer el papel encima de la mesita de la entrada.
Jose se sentó en el sofá desde el que podía ver la fachada del edificio de enfrente a través de la gran ventana del salón. Desde ahí podía ver el juego de luces y sombras. Sabe Dios cuanto tiempo se quedó allí pasmado mientras las sombras iban venciendo a las luces.
Y Jose sonrió. Ya no habría vacaciones en Cancún ni frases de cariño al llegar del trabajo. Pero él se reía. Nadie le esperaba en cama, ni estaría ahí para consolarle en los peores momentos.
Pero él, él se sonreía. Ahora solo habría tedio, monotonía, vacío dondequiera que el mirase: la cómoda de ella, su sitio en el sofá,el vaso favorito de ella, todo el universo era de ella. Pero ella ya no estaba y el sonreía . Todo lo que encontraría al llegar a casa cada día serían los vestigios de un naufragio de recuerdos dolorosos. Y él, él se reía a carcajadas
Porque se había terminado la confianza, las explicaciones, los besos, los apoyos, los abrazos reconfortantes, las declaraciones, anhelos, odios, rencores, celos… Todo se acabó.
Jose entendió que era responsable de sus defectos, que no se puede amar a nadie sin condiciones. Que no hay amigos, ni parientes, ni seres que llenen tanto como una casa vacía. Que el monólogo interior puede ser tan reconfortante como una cerveza a las tres de la mañana con alguien a quien no le importas y que, en definitiva, los seres plenos carecen de compañías.
Jose se percató de que uno sólo podía ser feliz en medio de la soledad, cuando las sombras han ganado la batalla a la luz del sol y uno se sienta en el sofá a contemplar la fachada del edifico de enfrente.
El día en que Jose descubrió la felicidad , hacía ya tiempo que los árboles de la avenida habían florecido y un sol radiante anunciaba la proximidad de una nueva estación…